Los momentos críticos son
los que mayor esfuerzo mancomunado requieren. No existen dudas que para
subsistir a una tormenta se necesita propagar una efectiva concientización que
logre el máximo voluntarismo a la hora de resignar privilegios que muchas veces
redundan en superficialidades innecesarias y estériles.
Absolutamente nadie puede
estar en desacuerdo cuando se dice que los que más deben perder son quienes
menos sacrificio aportan a la sociedad, y es que cuando una persona puede
vivir, alimentarse y vestirse sin aportar retribución alguna a cambio, pasa a
convertirse en un ser indeseable para el resto de sus pares.
En los últimos años produjo
una repulsa generalizada en un sector
mayoritario de la ciudadanía la existencia de personas consideradas como
“mantenidas”, la presencia de éstas se tornó como indeseable e inaceptable, y
provocó la iniciativa de protestas y de decisiones eleccionarias insospechadas tan
solo una década antes.
La culpa de los deterioros
en la calidad de vida es siempre de los que usufructúan los servicios
esenciales, son ellos los que no saben progresar en la vida y tratan de impedir
que a las personas exitosas les vaya bien a través de la envidia y las críticas
infundadas. Es indudable que se mueven desde un resentimiento que les nubla la
visión respecto a la imperiosa necesidad que tiene un país de ensanchar la
desigualdad para poder crecer, es menester la rentabilidad extrema para que se
produzca el siempre exitoso derrame que se direcciona hacia los estratos
inferiores, por más que los integrantes de estos no lo merezcan.
El progreso tan deseado, por
lo menos en lo discursivo, solo puede ser conseguido liberando las fuerzas
productivas y atacando los flagelos que implican hemorragias monetarias
provocadas por los sectores no activos de la economía. En tal sentido resulta
incomprensible la airada reacción ostentada por algunos irresponsables a través
de redes sociales y medios masivos de comunicación por el más que necesario
retoque en la movilidad jubilatoria, reforma que aportará una mayor dosis de
justicia distributiva.
No se entiende cuales pueden
ser los argumentos de quienes se arropan el pretendido título de defensores de
los jubilados. Es evidente de que ellos deben estar muy contentos y con motivos
para sentirse orgullosos por la oportunidad asignada de ser partícipes de la
salvación de la Patria; es indudable que los emociona hasta la médula la chance
que tienen de ser los héroes de un ajuste necesario para que las grandes
corporaciones incrementen sus ganancias y consideren así la posibilidad de
tomar más personal e invertir de una buena vez.
Las recomposiciones
semestrales, los beneficios moratorios que ampliaron la cobertura previsional,
el reconocimiento de remedios en un 100% a través de PAMI y la posibilidad de
accesos a viajes y compras de computadoras produjeron un daño monstruoso en el
hasta entonces armonioso tejido social.
Los aumentos obtenidos por
la nefasta ley de movilidad jubilatoria, los que encima eran desagradecidamente
rotulados como insuficientes, provocó desórdenes de distintos tipos en personas
cuya edad les impide el discernimiento.
La deleznable moratoria
propició una cobertura previsional de un 96%, lo que logró que personas cuyas
edades superaban los 70 años pretendan vivir sin trabajar, desoyendo las
recomendaciones de prestigiosos médicos independientes que sostienen que un ser
humano puede trabajar normalmente hasta el mismo ocaso.
El PAMI no debe permitirse
el lujo de dar remedios gratis, como alguna vez opinó coherentemente su titular
Sergio Casinotti. No se entiende por qué los ciudadanos decentes deben hacerse
cargo de medicamentos de personas inactivas y con poca expectativa de vida; además
esto va en contra de la naturaleza ¿o acaso van a decir que no existen yuyos e
hierbas naturales efectivas para combatir el Parkinson, el Alzheimer, la
hipertensión, la diabetes o el cáncer?
Es inconcebible que los
centros turísticos se hayan llenado de visitantes con arrugas y cuerpos
flácidos, en vez de que se exhiban mujeres y hombres con esculturales figuras
como principal foco de atención. Los grandes contingentes de jubilados en estos
sitios espantan a quienes van a descansar, invertir y dar un buen aspecto, y
alteran el orden social ya que se permiten paseos y excursiones cuando deberían
estar cuidando a sus nietos o terminando sus días silenciosamente en algún
asilo.
Quizás lo más nefasto sea la
irrupción en masa de ancianos en redes sociales que irresponsablemente les
permite que osen desenvolverse en lugares que deberían ser restringidos y
exclusivos para otros grupos etarios.
Resulta indispensable que
los argentinos de bien apoyemos el proyecto de reforma jubilatoria impulsada
por el oficialismo y aprobada por el sector responsable de la oposición.
Afortunadamente quienes hoy somos relativamente jóvenes estamos aún lejos de
pensar en un retiro, incluso quizás tengamos la hermosa posibilidad de morirnos
trabajando, si es que también se termina reglamentando la reforma laboral.
No hay lugares para tibiezas
ni medias tintas, el cambio llegó para quedarse y para que gocemos de la
posibilidad de experimentar la experiencia de viajar en una máquina del tiempo
que nos transporte a la hermosa y venerable época colonial.
AUTOR:
RICARDO BORTOLOZZI