Las
ilusiones son lo que motivan a los niños convertirse en hombres, lleno de
ilusiones estaba este joven. Trabajando día a día para materializar ese futuro
que proyectaba de manera idealista, cada mañana antes de poner un pie en el
suelo, y cada noche momentos antes de cerrar los ojos. Este joven alimentaba la
ilusión con la inspiración, y esa inspiración provenía de la misma fuente: un
hombre.
El
joven observaba al hombre todo lo que podía, tenía la fortuna de convivir con
él todos los días en el periplo de su labor diaria. El universo, que los había
puesto juntos desde el principio de los tiempos -o al menos desde el principio
de los tiempos del joven-, ahora los
volvía a hacer coincidir en otra faceta de la vida. El joven, intentaba
descubrir el secreto del éxito del hombre, y así poder ponerlo al servicio de
su futuro proyectado. Para eso lo miraba con atención, todo el tiempo que
podía. Y siempre se preguntaba lo mismo: “¿Qué mira con tanta concentración?”,
“¿Hacia dónde está mirando?”.
El
hombre parecía perder su mirada en el horizonte. Incluso estando encapsulado en
coliseos amurallados donde el horizonte no era visible, él los inventaba, los
imaginaba, y los focalizaba. El hombre nunca perdía de vista el horizonte, porque ese horizonte
era su objetivo. Como dijo Fernando Birri: “el horizonte nunca se alcanza”. Los
objetivos sí, pero este hombre se trazaba objetivo tras objetivos, y así
alimentaba su pasión. Mientras estaba cabalgando, llegando a destino, a cumplir
el objetivo, el hombre ya proyectaba -con sus ojos en el horizonte- un nuevo
destino, un nuevo objetivo. Este era el secreto que el joven buscaba descubrir.
Cada
día que pasaba el joven aprendía algo nuevo del hombre. Observarlo mirar al
horizonte era ver gestos de Atila liderando a los hunos, era Aníbal entrando en
la ciudad de las siete colinas, era Gengis Kan en periplo mongol; pero también
era San Martín sobre los cóndores, era Bolívar en Mérida.
El
contraste define a conquistadores y libertadores, pero este hombre era ambas
cosas. Como en aquella Roma en crisis donde los habitantes, suspendían la
democracia designaban a un hombre para que los protegiera, cuando Julio César
quiso quedarse para siempre y reinstaurar la monarquía. Solo que para este
hombre monarquía o república era igual, era amado por todos, y supo ser el
protector de todo un pueblo en época de crisis.
El
hombre había llegado al poder, luego del amanecer, es cierto. Pero el amanecer
no llega sino después de lo más oscuro de la noche, allí donde reinan las
tinieblas. Y así fue. El hombre se había ido como uno de los guerreros
defensores del pueblo, poco antes de que oscurezca. Fue una partida triste, no
tuvo oportunidad de despedirse en batalla como todo guerrero ansía. Volvió
luego del amanecer, pero el recuerdo más oscuro de aquella interminable noche
estaba muy fresco, aun luego de la caricia del amanecer en Díaz de gloria.
Cuando
el hombre regresó, primero conquistó, y –por más paradójico que parezca- así fue
libertador de aquella congoja del pueblo, de aquel suplicio de aguantar tanta
gloria contenida. Ahora el pueblo quiere que este conquistador libertador se
quede hasta el final de sus días, los de él, y los del pueblo. Perecerán
juntos.
Ahora,
como desde su primer día, Nahuel observa a Marcelo, y sigue aprendiendo.
Alejo Román Paris.