“A Dios que el tiempo me apura”, le dijo Belgrano en una carta a Moreno, el 8 de octubre de 1810. Confiaba convertir un ejército de gauchos en soldados para presentarlos como tales a sus “compañeros de fatigas por la Patria”.
Remató estancias y
enfervorizado le indicaba al secretario de la Junta: “Nada, mi amigo. Ya este
edificio no viene abajo, Usted como más joven, lo disfrutará tranquilamente, y cooperando
con sus conocimientos a su decoración y grandeza”.
Atacó la corrupción y la
describió.
“Mi amigo, todo se resiente
de los vicios del antiguo sistema, y como en él era condición, sine qua non, el
robar, todavía quieren continuar y es de necesidad que se abran mucho los ojos
en todos los ramos de la administración, y se persiga a los pícaros por todas
partes, porque de otro modo, nada nos bastará. Basta mi amado Moreno, desde las
4 de la mañana estoy trabajando y ya no puedo conmigo”, redactó el 20 de
octubre de 1812.
Una y otra vez habla de la
corrupción de los dirigentes que ocupan cargos en el naciente estado: “Tomando
la máscara de patriotas no aspiran sino a su negocio particular y a desplegar
sus pasiones contra quienes suponen enemigos del sistema acaso con injusticia, porque
desprecian su conducta artificiosa y rastrera”. Repetía:“No veo más que pícaros
y cobardes por todas partes y lo peor es que no vislumbro todavía el remedio de
este mal”.
Es un apasionado. Siente
bronca, impotencia, grita y sigue adelante. Se siente empujado por una creencia
y tiene ideas políticas y económicas para el futuro. Por eso dice frases como
estas: “En vano se quema uno la sangre”; “dinero y pólvora y vamos adelante”;
“la tropa está toda desnuda, después de haber viajado más de 400 leguas, casi
siempre con aguas, ni la falta de lienzos, porque estos pueblos se hallan en la
mayor miseria”; “tengo al ejército falto de todo”; “que no se oiga ya que los
ricos devoran a los pobres y que la justicia es para aquellos”; se queja, arde
y exige Belgrano ya transformado en militar, lejos de Buenos Aires, de las
comodidades que supo ganarse y a punto de comprobar que la revolución que
impulsa lo dejará exiliado en sus propias tierras.
Habla de la “España
Americana”, una idea que refuerza la interpretación de que la revolución tenía
un concepto liberal contra la dominación napoleónica y que fue antimonárquica y
antieuropea. Se funda en la identidad que dio el virreynato del Río de la Plata
pero se proyecta continental y autónoma. Por eso insiste en su origen, habla de
“los Americanos”.
“Siempre me toca la
desgracia de buscarme cuando el enfermo ha sido atendido por todos los médicos
y lo han abandonado: es preciso empezar con el verdadero método para que sane,
y ni aún para esto hay lugar; porque todo es apurado, todo es urgente y el que
lleva la carga es quien no tuvo la culpa de que el enfermo moribundo acabase”,
le dijo a Rivadavia el 30 de junio de 1812. Pero Belgrano seguirá adelante.
“La vida es nada si la
libertad se pierde”, le escribió a Gaspar de Francia en enero de 1812, en cuyo
texto subordina la suerte individual a la colectiva. “No me atrevo a decir que
amo más que ninguno la tranquilidad, pero conociendo que si la Patria no la
disfruta, mal la puedo disfrutar yo”, sostuvo Belgrano. Y era cierto.
EL
PORQUÉ DE LA BANDERA
“He dispuesto para
entusiasmar las tropas y estos habitantes que se formen todas aquellas y hablé
en los términos de la copia que acompaño. Siendo preciso enarbolar Bandera y no
teniéndola la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la
escarapela nacional, espero que sea de la aprobación de VE”, remitió al
gobierno desde Rosario el 27 de febrero de 1812.
“No había bandera y juzgué que sería la blanca y celeste la que nos distinguiese como la Escarapela y esto con mi deseo de que estas provincias se cuenten como una de las naciones del globo, me estimuló a ponerla. Vengo a estos puntos, ignoro como he dicho, aquella determinación, los encuentro fríos, indiferentes y, tal vez, enemigos; tengo la ocasión del 25 de Mayo, y dispongo la bandera para acalorarlos, y entusiasmarlos, ¿y habré, por esto, cometido un delito?. Lo sería si a pesar de aquella orden, hubiese yo querido hacer frente a las disposiciones de VE, no así estando enteramente ignorante de ella, la cual se remitiría al Comandante del Rosario y la obedecería, como yo lo hubiera hecho si la hubiese recibido”, respondió Belgrano a la acusación en su contra por haber inventado la bandera.
“La bandera la he recogido y
la desharé para que no haya ni memoria de ella y se harán las banderas del
regimiento número seis, sin necesidad de que aquella se note por persona alguna,
pues si acaso me preguntaren por ella, responderé que se reserva para el día de
una gran victoria para el ejército, y como esta está lejos, todos la habrán
olvidado y se contentarán con lo que se les presente” dijo con amargura y
bronca.
“En esta parte VE tendrá su
sistema al que me sujeto, pero diré también, con verdad, que como hasta los
indios sufren por el Rey Fernando VII y les hacen padecer con los mismos aparatos
que nosotros proclamamos la libertad, ni gustan oir el nombre de Rey, ni se complacen
con las mismas insignias con que los tiranizan”, desafía Manuel.
“Puede VE hacer de mi lo que
quiera, en el firme supuesto de que hallándose mi conciencia tranquila y no
conduciéndome a esa, ni otras demostraciones de mis deseos por la felicidad y
glorias de la Patria, otro interés que el de esta misma, recibiré con resignación
cualesquier padecimiento, pues no será el primero que he tenido por proceder con
honradez y entusiasmo patriótico”, remarcó.
“Mi corazón está lleno de
sensibilidad, y quiera VE no extrañar mis expresiones, cuando veo mi inocencia
y mi patriotismo apercibido en el supuesto de haber querido afrontar sus superiores
órdenes, cuando no se hallará una sola de que se me pueda acusar, ni en el antiguo
sistema de gobierno y mucho menos en el que estamos y que a VE no se le oculta...sacrificios
he hecho por él”, terminaba aquella carta del 18 de julio de 1812.
A pesar de haber sido
acusado de insubordinación, juzgado en dos oportunidades más por supuesta
impericia y perseguido por la indiferencia de Buenos Aires, Belgrano siguió
ocho año más bregando por el nuevo país imaginado y soñado en las febriles
jornadas de mayo de 1810.
La osadía de haber creado la
bandera lo exilió en forma definitiva de los intereses del puerto en relaciones
carnales ya con Gran Bretaña.
Su ardiente pasión sería
usada para terminar la guerra de la independencia pero sus ideas políticas económicas
fueron sepultadas bajo la falsificación histórica y su suerte individual disuelta
en la pobreza.
Mitre, sesenta años después,
alzaría el pedestal de un Belgrano vacío de contenido, saqueado de sus
proyectos y deseos. Ese es el Belgrano que hay que continuar para que haya
futuro en la Argentina. De eso hablan estas líneas. Soberanía y respeto para los vencidos.
Con respecto a las
relaciones con las potencias europeas, Belgrano sugería una posición política
abierta pero firme en el concepto de la soberanía. “Ellas (las naciones
europeas) tendrán cuidado de traernos lo que necesitemos, y de buscar nuestra
amistad por su propio interés...es preciso hacerse respetar y que se guarde el decoro
debido al gobierno; lo demás nos traerá infinitos males: cuando se mande una cosa,
o siquiera se diga, es preciso sostenerla aunque vengan rayos, lo demás se
reirán de VS y los burlarán”, aconsejó.
No son pocas las cartas en
las que Belgrano marca el trato que debe dársele a los prisioneros de guerra.
Palabras que vienen bien contradecirlas con los dichos y hechos de los
generales que dijeron continuarlo en los años setenta del siglo XX. “No les
falte el alimento precio, tomando las providencias al efecto, del lugar donde deberán
parar; que asimismo ningún individuo los insulte sino que sean bien tratados en
la carrera toda” , ordenó en la misma línea de pensamiento de San Martín y
hasta del propio Chacho Peñaloza que luego sería ultimado de la manera más
perversa.
Este Belgrano que no para de
reclamar armas y dinero para los suyos, es un político metido a militar que
tiene en claro que la soberanía y los gestos cotidianos hacen a la coherencia y
al éxito de un proyecto colectivo y estatal.
Semejantes frases también fueron
escamoteadas de la historia oficial y del Billiken.
“Soy de la opinión, mi
amigo, que hasta las acciones felices en la milicia, deben juzgarse”, sostuvo.
Con una concepción de la ética pública distante de los hechos practicados en
los últimos treinta años de historia política argentina.
“El ganado no aparece y yo
no lo he de arrebatar de los campos, tampoco los caballos que me dice el
delegado directorial, y ni pienso tocar uno que no sea venido de ese modo...desengañémonos,
nuestra milicia, en la mayor parte, ha sido la autora, con su conducta, de los
terribles males que tratamos de cortar”. Era abril de 1819. Un anticipo del
saqueo material y humano que se llevó adelante durante el terrorismo de estado
entre1976 y 1983.
EL
DESPRECIO DE BUENOS AIRES
Un Belgrano que puesto en
“descubridor” del país y su gente real, critica los planes hechos desde los
escritorios del puerto bonaerense siempre proclive a inclinarse ante lo
extranjero y ningunear el interior. “Para el tratado, que se criticará por los
que viven tranquilos en sus casas y discurren con el buen café y botella por
delante, más he tenido en vista la unión de los Americanos y aun de los de
Europa, que otra cosa; y si no me engaño me parece que la he de conseguir...Quisiera
volar al Interior; pero es mucho lo que hemos sufrido y después de una acción
tan reñida hay mucho que componer, mucho que arreglar; por otra parte, el tiempo
de aguas nos es muy perjudicial y se me ha enfermado la gente del maldito
chucho, bien que no es extraño pues se han padecido aguas, hambres, vigilias y
cuanto es consiguiente para haber
logrado lo que se logrado”, describió desde Salta, el 28 de febrero de 1813. Su
lector era nada menos que Juan José Paso, otro de los 162 que se atrevieron a inventar
un país aquel 25 de mayo de 1810.
“Siempre se divierten los
que están lejos de las balas y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los
ayes de los infelices heridos; también son esos mismos los a propósito para criticar
las determinaciones de los jefes; por fortuna dan conmigo que me río de todo y
que hago lo que me dicta la razón, la justicia y la prudencia, que no busca
glorias sino la unión de los Americanos y prosperidad de la Patria”, vuelve a
desafiar Belgrano.
EL PUERTO LO DESPRECIA
“De
Buenos Aires me apuran, según costumbre, y no quieren creer lo que cuesta cada
movimiento del Ejército: ya se ve, están lejos, y no conocen el país, o no lo
han estudiado”, escribía en mayo de 1813.
Exigió coherencia pero sabe
que su voz será olvidada en un páramo político. Lo usarán pero no llevarán
adelante sus ideas. “Si los encargados de la autoridad pública en todos los pueblos
no ponen su conducta y los sentimientos de su corazón en concordancia con sus palabras,
y si unos destruyen por una parte, al paso que otros edifican por otra, a costa
de los mayores desvelos y sacrificios”, apuntó en setiembre de 1813. Pero
Belgrano ya sabía su condena.
Su manera de actuar y
pensar, su adhesión permanente al proyecto de Mariano Moreno y su idea de hacer
política desde las masas, lo sentencian. “Nada puedo remediar, nada puedo
hacer; y sólo me pongo en las manos de la Providencia por no caer en una
desesperación espantosa”, escribió en octubre de 1816. Ya había sufrido un
tercer consejo de guerra y comenzaba a ser perseguido por sus amores con
Dolores Helguero. Todavía sufriría cuatro años más de soledad.
“Es preciso revestirnos de
paciencia y sufrir la pobreza”, le confesó a Güemes en enero de 1817. Un año
antes de morir, en marzo de 1819, le escribió al hacendado Cornelio Saavedra y
se calificó de formar parte de un grupo de “pobres diablos” que andan “en
trabajos”. Saavedra lo ignoró.
Su última carta, la del 9 de
abril de 1820, es una confesión de derrotas. Un descenso personal y colectivo.
“Nada se de la familia desde que salí de esa, no he podido escribir, por mis
males, y porque además, las incomodidades del camino no me lo han
permitido...Me he encontrado con el país en revolución...”, dice el texto y
luego se pierden las palabras de Belgrano por una rotura del papel. Ya ni
siquiera tiene la bandera de Vilcapugio. No tiene dinero ni honores. El país
que descubrió se hace a imagen y semejanza de los pocos que disfrutaron
mientras sus vísceras se enfermaban al conjuro del desprecio de sus ideas
políticas y económicas.
Se murió el 20 de junio de
1820. Le pagó a su médico de cabecera con una incrustación de oro que tenía en
su dentadura. El estado nacional conformado después de los años setenta del
siglo XIX lo convertiría en un héroe de la abnegación y nada más que eso. Al
servicio de la imagen de un político sumiso frente a los militares. Le
otorgarán el rango de creador de la bandera pero jamás contarán que era un
símbolo para enfrentar la indiferencia. Un símbolo para movilizar a los anónimos
en pos de un proyecto nuevo, distinto. Tampoco se dirá que semejante invención mereció
la desaprobación y su primer consejo de guerra.
Belgrano fue un político que
pensó un país para las mayorías desde un estado que fomentara una economía
basada en el mercado interno, la educación, el empleo y la soberanía política
en relación íntima con los demás países de América del Sur. El sujeto histórico
para Belgrano eran las masas del interior del país.
Creía en la honestidad y en
la ética pública como concepto preliminar para exigir morales individuales.
Donó, permanentemente, la mitad de su sueldo. Nunca renunció a la lucha
iniciada en los días de mayo de 1810.
Este Belgrano desconocido,
desfigurado por tantas avenidas, bronces, parques y monumentos, es el que
necesariamente les habla a los contaminados por la indiferencia que el sistema
esparce entre los que son más en estos arrabales del mundo. No solamente su
proyecto es indispensable para modificar el presente, sino también su pasión
por transformar las individualidades a partir de la ética y la coherencia de
los dirigentes.
Carlos Del Frade – Diputado
Provincial – Provincia de Santa Fe