El Doctor Daniel Catalani se desempeñó como Médico durante
muchos años en el Hospital SAMCO de Villa Ocampo, jubilándose como Director del
mismo. Amante de la música, integró el conjunto “Los Siesteros” junto a Cochevi
Cracogna, Coquito Luque y Mario
Omar Montiel, ya fallecido.
Qué mejor homenaje que el poema de Ignacio “Nacho” Núñez
Avendaño que describe esa increíble persona que fuiste.
Mucho pesar en tus amigos, pacientes, la comunidad médica y
en todos los que te conocieron. Ni hablar de tu esposa, tus hijos, esa ejemplar
familia que construiste.
A continuación las palabras y poema de Nacho Avendaño:
Estás muy gordo, me dijiste
Y me desnudé en tu consultorio
Me pesaste, me diste una dieta
Me recuperaste, en un penúltimo acto de amor.
El penúltimo de tantos.
Siempre eran penúltimos.
Yo siempre creo que son penúltimos porque fueron demasiados
y porque entre tanto amor que se perpetúa, es imposible hablar de partidas.
Porque estimo que desde cualquier lugar habrá un acto, uno
penúltimo, un socorro que ejecutes astralmente.
El penúltimo, penúltimo, penúltimo siempre, lo hiciste
delante de mi pareja. En la compañía de tu mujer nos miraste a los ojos a
ambos, ya nos habías observado con esas pupilas serenas y nuevamente, tenías
amor, un diagnóstico y un remedio sanador. En esos tres conceptos transcurrió
gran parte de tu vida, el diagnóstico, el remedio y el amor para unir y sanar.
Aquella tarde nos explicaste que era la santa bárbara de un
barco y que ahí no había que apuntar, nos hablaste de dos engranajes uniéndose,
de ser dos diferentes encajando. La mirada de Pilar, se componía de admiración
y amor, y se amalgamaban. No podían marchitarse nunca. No se han marchitado
jamás en esa historia de amor eternamente idílica. Desde la compañía atemporal
que los une.
Desde allí nace este
poema.
Te amare siempre como el segundo padre que fuiste.
Daniel.
Recuerdo aquella tarde
Con tu voz noble y austera
En que nos hablaste de uno y uno siendo dos.
De engranajes y Santas Bárbaras.
Tus pupilas profundas y serenas
Tu conocimiento acuoso, desprendiéndose de tu testa santa
Desplegándose por el éter hacia nosotros
Las lágrimas de tu mujer, una vez más
Lloraba porque no escuchaba los conceptos
Los había vivido día a día.
En el amor cotidiano, ese que se nos presenta heroico
Donde se construye en el reconocimiento de las diferencias
Y se construye mucho
Casas, hijos, nietos, más hijos
Corazón a corazón.
Tu mano que no solo fue calma, pan y sapiencia para los
tuyos
También fue salud para miles de almas urgidas
Calma y amor también, para los amigos
Y para mí, que ya me reconozco como tu hijo
Me diste dos hermanos que amo
Me diste todo sin darte cuenta
Sabiduría a mi alma, entre tantas almas que hiciste sabías
Y estas lágrimas, que son tuyas
Cristales adamantinos en la serenidad angustiante de una
siesta.
Se llora estridencias, si se llora
No sé podrá jamás sentirte a medias
No se podrá jamás eludir la congoja somnolienta.
Que nos impulsa a la jornada
Aunque valientes, en pena.
Te veré pronto, más siempre te observo en el reflejo
interno
Allí, dónde reposas, etéreamente estoico y luminoso
Siempre ungiendo, a los que angustiados acudimos a tus
palmas
Protegiéndonos la Santa Barbara
Cómo aquel gran engranaje
Que has sido,
Que ya sos
Y que ya serás
Para todos nosotros.
Ignacio
Núñez Avendaño