Luke Skywalker y Ben Kenobi, el viejo general
de la república Obi Wan Kenobi, habían ido en busca de rescatar a la princesa
Leia que estaba en manos del imperio. La misión los lleva hasta una estación espacial, donde
efectivamente se encontraba Leia. El imperio se percata de las intenciones de
Skywalker y de Kenobi, y actúa en consecuencia.
Obi Wan entiende que tiene que ganar tiempo
para que la princesa pueda ser rescatada, decide enfrentarse en un duelo de sables
de luz frente a Darth Vader. El duelo no parecía tener un vencedor posible,
hasta que Obi Wan vio de reojo a la princesa Leia a salvo junto a Skywalker,
dirigiéndose al Halcón Milenario. El viejo general Obi Wan Kenobi entendió
entonces que sus labores habían concluido, y en un gesto de altruismo levanto
su sable con ambas manos dejando libre su guardia para que Darth Vader pueda
darle la estocada de muerte. Así Skywalker y Leia pudieron retirarse a salvo,
muy a pesar del dolor que el joven Luke sintió al ver su amigo sacrificarse.
La descripción anterior corresponde una de las
escenas más épicas de toda la saga de Star Wars, donde los caballeros Jedi son
considerados maestros de la sabiduría. Los Jedis son expertos en el arte del
sable de luz, pero el mejor sable es su agudeza intelectual, su sabiduría para
elegir correctamente. Así Obi Wan no dudó un segundo en dar su vida para
rescatar a la princesa Leia, porque ese era su objetivo, era un paso necesario
en el camino al éxito.
Luego que Obi Wan recibió la estocada de Darth
Vader se esfumó sin dejar rastro, sin dejar un cuerpo sin vida, sin dejar
evidencias que ese sacrificio fue la clave del éxito de la misión. El cuerpo de
Obi Wan fue el éxito invisible.
El éxito invisible es un modus operandi solo
para los Jedis, solo los que tienen la sabiduría de los Jedis pueden utilizar
el éxito invisible como camino hacia el triunfo. Porque esa sabiduría permite
no perder el horizonte de lo que es preciso hacer para completar un objetivo,
independientemente que ese camino vaya en desmedro de quien decida ejecutarlo;
haz lo que haga falta para conseguir un objetivo y tu rol será imprescindible.
El sacrificio de Obi Wan no solo fue heroico y altruista, sino imprescindible
para obtener el éxito.
Hablando de sabios que podrían compararse con
los Jedis, Aristóteles alguna vez dijo: “La inteligencia consiste no solo en el
conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la
práctica”. Es preciso volver a la tierra prometida para explicar esto.
Grecia, 27 de agosto de 2004. Quizás esta fecha
a él le produzca una mezcla de sensaciones, un dolor mitigado, alegría
inconmensurable, bronca y desazón; me animo aventurarme. Lo cierto es que aquel
día no fue uno cualquiera para los argentinos en general, pero menos para
Fabricio Oberto, quién pagó con la fractura de un dedo el pasaje al medallero
en las olimpiadas de Atenas.
No fue ahí, él lo había entendido desde antes,
pero el básquet una vez más le demostraba el camino del éxito invisible. Ese
día Argentina volvió a derrotar a Estados Unidos, dos años después de aquel
triunfo a domicilio, dos años después de hacer posible lo imposible, dos años
después de mostrarle la Kryptonita a Superman.
Fabricio Oberto, clave en todas las estructuras
de juego, muchas de ellas no se pueden apreciar en estadísticas de primera
mano, aquel día se retiró de la cancha con el dolor de un dedo fracturado. Con
la alegría que mitigaba ese dolor, que significaba la clasificación a la lucha
por la medalla de oro.
Con la bronca anticipada de ver difícil lo que
luego sería imposible; disputar la final. Con la satisfacción de evidenciar en
su dolor, el orgullo herido de los creadores del deporte que tanto ama -una vez
más-. Y con tranquilidad de haber cumplido con su rol, el mismo de siempre, el
que había visto en Obi Wan contra Darth Vader, el de transitar la senda del
éxito invisible.
En el año 2008 tuvo el placer y la gloria de
muy pocos, consagrarse campeón de la NBA. Al tiempo de esto, su entrenador, el mítico
Gregg Poppovich hizo una valoración sobre Oberto que haría un eco eterno. Dijo
que Fabricio Oberto era el mejor peor jugador. Lo que quedó a un lado en la
declaración de Poppovich, fue que el pivot de la generación dorada se
transformaba en eso de manera intencional. Fruto de su agudeza intelectual, la
misma que mostró toda su carrera, la que llevó a la generación dorada a ser lo
que fue y ganarle a Estados Unidos, y de la misma manera que lo ilustraba Aristóteles:
“La destreza de aplicar los conocimientos en la práctica” -y según la circunstancias-,
podríamos agregar: Oberto se transformaba en Obi Wan vs Dard Vader, porque era
lo que hacía falta para ganar, porque ese era el camino del éxito invisible.
Oberto fue el mejor peor jugador porque ser eso fue necesario para ganar.
Si la generación dorada del básquet argentino
fuera una persona, podríamos decir que Nocioni fue el corazón, que Pepe Sanchez
fue el cerebro, que Ginobili fue la habilidad, que Scola fue el valor y la
determinación, y que Oberto fue el cuerpo. Siempre sacrificando su lugar en la
foto porque ese era su rol, trabajar en lo invisible.
Oberto fue un altruista, pero no podemos hablar
un altruismo fruto de la debilidad del yo, porque el altruismo fue bandera de
todo este grupo de hombres. Y de todo este grupo de altruistas, Fabricio Oberto
puso el cuerpo, y como le pasó a Obi Wan una vez que decidió dar su vida, su
cuerpo se esfumó, la prueba del éxito no estaba ahí. El éxito fue invisible.
Alejo Román Paris