¿Alguna vez te
pusiste a pensar en el miedo y la esperanza? ¿Cuáles son las cosas que te
causan miedo y cuáles pueden ser talismanes de esperanza contra ese miedo?
Efectivamente, como lo diría Ferdinand de Saussure, son dos caras de la misma
moneda. Ambos signos se resinifican mutuamente con la existencia del otro.
"Un
hombre sin miedo es un hombre sin esperanza", aconseja un sacerdote
confesor a un abogado ciego. Matt Murdok era ese abogado y también Daredevil,
"El hombre sin miedo"; un comic publicado por Marvel en abril de
1964. Tenía razón el padre, un hombre que no tiene miedo tampoco tiene
esperanza. Entonces, Daredevil no podría ser nunca un símbolo de esperanza. Su
falta de miedo era también su falta de esperanza, y su mayor fortaleza al mismo
tiempo su mayor debilidad.
Distinto fue
el caso de un ícono más nuestro, latino para empezar. Fiel amigo del miedo,
para continuar. Creado Roberto Gómez Bolaños y haciendo su primera aparición
televisiva el 1 de septiembre de 1972, el Chapulín Colorado fue el mayor de los
héroes. Amigo del miedo y de la esperanza, su debilidad aparente era la chispa
que encendía su mayor fortaleza. Cada reto para él, representaba superar un
obstáculo personal: su propio miedo. La chispa del miedo que encendía una
hoguera de esperanza donde se perdía entre llamas la chispa inicial. El
Chapulín Colorado, no solo fue símbolo de miedo y esperanza, también un
personaje entrañable querido por toda la comunidad televisiva que se deleitaba
con las comedias de Chespirito. Uno de tantos casos donde el hombre de las
antenitas de vinil y el chipote chillón logró instalarse fue el de dos hermanos
de Argentina, del DF de Mexico al litoral del sur del continente; El Chapulín
Colorado fue un fenómeno tendiente la globalización antes de la era de las
comunicaciones.
Corría el año
1983, en alguna pileta de la localidad santafecina de Gálvez dos hermanos de
tres y ocho años se divertían bajo la calidez del sol. El mayor, al observar
como los rayos incas hacían mella, enrojeciendo la piel de su hermano más
chico, lanzó (disfrazado de apodo) el mejor diagnostico hipotético para el
futuro de ese niño de tres años que era su hermano; la familia es quien mejor
nos conoce.
Quizás ahora
entendamos porque Andrés Nocioni fue “el alma dentro del alma” en la generación
dorada del básquet argentino. Fue bautizado por su hermano mayor como “Chapulín”
en aquella tarde de pileta, lo que su hermano no sabía era que su ingenio
disfrazado de picaresca infantil para bromear a su hermano menor en realidad
escondía un significado muy profundo. El verdadero concepto del apodo de “Chapu”
se escondía como una estrella fugaz, esas que son difíciles de ver pero que son
talismán de esperanza cada vez que alguien las observa como pincelada de
Gauguin en un cielo pintado por dios. Andrés Nocioni fue “el Chapu” porque fue
el optimista del miedo, sabía cómo usarlo para encender la llama de esperanza.
Nocioni nunca dio una por perdida, el amigo del miedo fue la bandera de
esperanza, y por eso fue el alma del alma. Ya platón lo había dicho, el hombre
es dualidad de cuerpo y alma, el cuerpo es la cárcel del alma, y cuando este
perece el alma se libera. Nocioni era el corazón delator del viejo que yacía
debajo del piso de madera, que latía bien fuerte aun luego de haber muerto.
Diástole y sístole, como la voz de nuestro interior alentándonos a dar todo
hasta el final, así el corazón del viejo en la conciencia de su homicida seguía
latiendo tan fuerte que revivía con cada latido en forma de fantasma de la
moral. Nocioni es el Chapu, es la voz de nuestro interior alentándonos a dar
todo hasta al final, es la voz del estadio diciendo: “Prohibido abandonar”.
Nocioni era el corazón delator del viejo porque latía más en las más difíciles.
Porque aun hoy es capaz de volver en forma de conciencia para cualquiera que
necesite tener esperanza. Nocioni no se dio por vencido ni aun vencido. El alma
se libera en la muerte del cuerpo. El miedo y la esperanza son el paso a la
muerte del cuerpo y a la liberación del alma; superación permanente. Andrés Nocioni
es signo de lucha constante, un gladiador del miedo.
Aficionado a
la caza, fue bien recibido los Bulls de Chicago que junto a él llegaron a una
post temporada por primera vez luego de la era de su Majestad. Los Bulls amaron
su juego de garra y tenacidad, y él fue confortado por los bosques de Illinois
que le sirvieron de recreación como hobbie. Es que Nocioni además de aportar corazón,
fue un acérrimo tirador, tanto sobre el parquet como en los bosques. Aun hoy se
oye el silencio del Carioca I, repleto de brasileños apichonándose ante la
imagen de un hombre bestia que le da entidad al mito de los cazadores que se
vuelven el animal que cazaron. Vio el ocaso con derrota en Río como jugador de
Argentina, y en Valencia como jugador
del Real Madrid. Pero su optimismo, el mismo que ahuyentó la yeta de su eterna
albiceleste con el número 13, transformó esas derrotas en triunfos; rió en Río
como un dorado eterno, inmortalizó su presencia en Valencia como mito merengue.
Para los escépticos,
como dijo Bruno Altieri, es "el último ingrediente que usamos para cazar
imposibles". Para los supersticiosos, es el optimista de oro, un cuento de
Poe para la mala suerte, el terror de la yeta, el amanecer del miedo y la
esperanza. Una expresión de deseo. Un hombre con corazón valiente.
Alejo Román Paris