En aquella profunda, desoladora y oscura noche de
diciembre de 2001 que prosiguió a la recordada jornada en la que los argentinos
nos dividimos entre espectadores y partícipes de la mayor explosión social de
que la historia contemporánea recuerde, se respiraba un clima de angustia e
incertidumbre propia de la inexactitud de certezas respecto al devenir de
acontecimientos cercanos, pero también rondaba una sensación de esperanza
basada en la convicción de que nada podía ser peor a la catástrofe colectiva en
la que nos encontrábamos inmersos.
El deterioro económico del que prácticamente ningún
sector logró escapar hizo que la televisión de ese entonces se viera forzada a
reducir sus costos, relegando producciones costosas y de calidad para recurrir
al relleno de espacios con programas de "opinología", en los que se
ensayaban livianos y playos debates con panelistas que intentaban mostrarse
seguros en su propia mediocridad y con antiguos formadores de opinión que
decidieron trabajar de cómplices del ocaso hasta que les fue imposible tapar el
sol con el índice.
Fue así que proliferaron programas en donde el
denominador común radicaba en que todos los participantes e invitados
responsabilizaban de culpas a terceros ausentes y elaboraban análisis
simplistas que iluminaban a los receptores acerca del origen causante de tantos
males.
Es siempre más fácil hacerse amigo del vigoroso y
pegarle una patada al que está en el suelo; quienes jamás se habían atrevido a
advertir al conjunto de la sociedad del peligro inminente que acarrearían
determinadas decisiones, repentinamente comenzaron a mostrarse asépticos
respecto a lo acompañado en su momento con la aprobación, la justificación o el
silencio. Son los mismos oportunistas que labraron trayectorias de falaces
independencias siguiendo siempre la correntada de climas sociales vigentes
permanentemente impuestos por las mismas líneas editoriales de las empresas
mediáticas que retribuyen sus servicios con suculentos honorarios.
El silencio que acompaña a las problemáticas de fondo
es ostensiblemente más ruinoso que los ruidos sonoros provocados por las
masivas reacciones, el bombardeo de mensajes persuasivos ataca a las mentes
receptivas carentes en el entrenamiento de la lectura de entre líneas y el
discernimiento crítico.
Constituye un triunfo comunicacional producir daños a
cuantiosos sectores populares sin que esto desencadene en desaprobaciones
masivas; de repente es más importante un grupo minúsculo de imberbes e
inadaptados rompiendo baldosas que una brutal y descarnada estafa en contra de
los intereses de millones de jubilados; produce mayor indignación las
irresponsables pintadas sobre paredes públicas e históricas que la desaparición
forzada seguida de muerte de un luchador social; resulta más conveniente cuidar
las propiedades privadas de empresarios extranjeros que usurpan terrenos
públicos y secuestran paisajezcos lagos que esclarecer el asesinato de un joven
mapuche en manos de organismos de seguridad que denigran su función apuntando
sus armas en contra de quienes deberían ser sus protegidos; no se cuestiona el
origen del patrimonio del Presidente y de sus amigos ahora funcionarios, porque
se criaron en la riqueza, y es esa una condición que los inmuniza de la
tendencia a la corrupción; no preocupa a la "opinión pública" que los
encargados de alfabetizar a sus hijos muchas veces perciban salarios con montos
por debajo de la línea de pobreza, sino que Baradel sea un gordo barbudo y de
malos modales; ya pocos recuerdan el hundimiento de un submarino con 44
tripulantes por parte de una potencia enemiga y la desidia insensible de un
Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas que inimputablemente permanece en el
gozo de sus kilométricas vacaciones; no parece alarmar a miles de compatriotas
que dicen amar a sus hijos tenazmente por la hipoteca eterna a la que se los
está sometiendo en pos del beneficio de banqueros amigos.
Mientras se entretiene a una porción mayoritaria de la
población con banalidades, espectaculares shows armados por servicios de
inteligencias y culos en primer plano en impostados concursos de baile, se
insiste en la aplicación de recetas probadamente fracasadas. Es impensado e
iluso pensar que las mismas conductas que nos metieron en el más fétido fango
en reiteradas oportunidades logren en esta ocasión sacarnos con éxito, es como
intentar salir de un pozo cavando cada vez con mayor profundidad.
No es necesario ser un genio para entender que es
imposible que un país ingrese a una etapa de virtuoso crecimiento cuando la
vastedad de los sectores postergados cada vez alcanza mayor magnitud; no hay
que esforzar mucho el raciocinio para comprender que es imposible que las
inversiones que generan trabajo sean atraídas por un contexto de estrepitosa
caída en el consumo; no es menester contar con demasiado poder de análisis para
concluir de que los constantes tarifazos energéticos afectan negativamente a
las pequeñas empresas y comercios y los ponen en servero riesgo de
subsistencia; no es preciso leer a un especialista para llegar a la conclusión
que las elevadas tasas de interés vigentes solo alientan la acción del capital
especulativo en detrimento de la inversión productiva e industrial; hay que
solamente abrir un poco los ojos para enterarse de que el dinero "mal
gastado" en beneficios sociales hoy solo engordan las arcas de los eternos
dueños del país; el incesante ejemplo de lucha y desapego de miles de personas
que hoy permanecen desaparecidas o que fueron víctimas del más sangriento
terrorismo de estado debe hacernos comprender que es impracticable la
convivencia de la paz social con la impunidad y que quienes secuestraron,
torturaron, violaron, atormentaron y se apropiaron de hijos ajenos no deben ni
siquiera pedir usufructuar el derecho de excarcelaciones o prisiones
domiciliarias.
Es cierto que la comunicación imperante sembró un odio
que siempre es un condicionante negativo en la panorámica visual, pero también
es verdad que nuestro pueblo no tiene excusas a la hora de caer en el mismo
engaño reiteradas veces, máxime cuando los hechos luctuosos que resquebrajaron
la paz social y pusieron severamente en riesgo a la democracia son tan cercanos
en el tiempo. Quienes somos hijos del país de la institucionalidad democrática,
y quienes hoy peinan canas, nos críamos temiendo las desastrosas consecuencias
del endeudamiento externo y padeciendo las recomendaciones del Fondo Monetario,
sin embargo parece que esta tierra fue víctima de una pandemia de amnesia que
hace que se apruebe con el apoyo popular las mismas directivas que nos ubicaron
al borde del más peligroso precipicio.
El acervo de mitos populares referencian
permanentemente a la inminencia del siempre esperado "milagro
argentino", es el mismo que se ha hecho ver en muy pocas oportunidades
como para demostrar su existencia, pero que no va a llegar de ninguna manera si
el pueblo que lo espera mesiánicamente no despierta a una realidad que es cruda
pero que hay que enfrentarla, más allá de los hostigamientos, las represalias
mediáticas, los climas de época y el propiciamiento de acciones represivas que
amedrentan y provocan mayores divisiones en la sociedad.
RICARDO
BORTOLOZZI