-¡No volará una mosca!, si
me preguntasen sobre el mundial reaccionaré mal, estoy seguro -pensaba en mis
adentros- mientras unas lágrimas rodaban furiosas por mis mejillas.
-¡Representaré gran parte de
lo que combato, patearé, refunfuñaré, soltaré un puñado de palabras soeces al
aire, evitaré el diálogo, vociferaré vehemente y me iré! -Me autoconvencí.
-¿Será un mal sueño?- …
No voló, en efecto, ni un
insecto carroñero, como comprendiendo que quedamos fuera de la copa del mundo
en Rusia, que habrá que esperar 4 años más, ¡4 años más! como si uno no pudiera
vivir todo tipo de infortunios en 4 años, como si se pudiere convivir tanto
tiempo con la tristeza, como si la vida no fuese aquello que sucede entre
mundial y mundial.
-Ya está gordo, calmate un
poco, ¿querés?- , sentenció un amigo, que de fútbol no entiende nada, para
luego despacio y en silencio manotear temblorosamente la manija de la puerta de
salida de mi casa, luego de que le haya espetado una mirada fría, serena y
feroz, digna del mejor Hannibal Lecter, en la antesala del crimen.
Es que en el fondo, yo sabía
que iba a aparecer esa caravana gris y funesta de hombres y mujeres que
masacren el futbol a fuerza de lógica, argumentos, dogmas sociales y demás
cuestiones. El problema era como, de qué modo iba a evitarlos cuando la
situación se hiciere ineludible y tuviese yo que anteponer expresión de nada,
frente a aquellos impiadosos.
Pensé para mis adentros -No
busquen explicaciones. ¡Ya está!, los que amamos desenfrenadamente esto, no lo
podemos argumentar, no podemos jamás desde la lógica explicar por qué elegimos
sufrir y amar de modos voraces e infernales a esa circunferencia de cuero
rodando en aquel verde elíseo celestial-
Pero era inútil, al intentar
elaborar una cadena de argumentación decente que no haga daño a terceros, se
inundaba el pecho de un calor y una furia visceral que cortaba todo rastro de
decoro,-¿¡Qué podes saber vos!? Nosotros de chicos nos criamos desesperados
aguardando el timbre del colegio para salir corriendo desaforadamente detrás de
la pelota con Achi y Cuchi, o Facu, Ale y Martín, ¡eso era el futbol!"-
¡Eso es el futbol! no pensar en otra cosa que correr como locos, menguando las
desigualdades tras la pelota, para ser felices unas horas.
Y hacer un gol, ¡no te
cuento lo que era!, lo gritábamos como si estuviéramos rodeados de mucha gente
en un estadio enorme, y si el gol se lo hacíamos al equipo de los pibes de otro
barrio, esa cantidad de gente se convertía en el público brasilero del
Maracaná, silente, ante la garra Charrúa que les daba vuelta una final.
-No, ¡¿Qué van a entender
ustedes?! Qué van a saber lo que se sentía cuando se te rompía la pelota,
cuando tus viejos te castigaban y te perdías el partido.
Toda esa catarata quedaba en
mi imaginación, en el seno interno. Reproducirla en modos verbales supondría
ciertos precios que eran costosos de afrontar.
En fin, poco importaba todo
aquel engranaje de razonamientos. Nos quedamos fuera del mundial y era ese
exacto sabor amargo que representaba caminar hacia la puerta de la casa de la
chica que tanto te gustaba y al llegar a esa fiesta que allí se organizaba, tocar
timbre, ver como asomaba su figura, hermosa como nunca, y te miraba con desdén
sentenciando, "no, vos no entras".
Uno, entonces, con la poca
vergüenza que le restaba, agachaba la cabeza, y volvía destrozado a la cama a
llorar a escondidas y maldecir ciertas pautas del destino, que lo depositaban
tan cerca y al mismo tiempo tan lejos de la gloria.
En síntesis, nos quedábamos
fuera de la fiesta. Esa fiesta en la que participaban los más hábiles
bailarines: Cruyff, Gullit, Iniesta, Platini, Garrincha, Zidane, Sócrates,
Puskas, Riquelme, Rivelinho, Pele, o el propio Maradona.
¿Cómo podía resultar verdad
todo aquello? Con los jugadores que tenemos, que el destino sea tan cruel, que
nos aleje de lo que nos hace felices. Supe más tarde, que ese razonamiento era
estúpido, pues son sobradas las evidencias de que el destino fuerza esas
situaciones a diario.
Toda esta marejada de
sensaciones revolviendo los espacios más intensos de mi ser, se suscitaba estos
últimos 10 días, dormir mal, leer mal, respirar solo mecánicamente, porque la
biología así lo exigía.
Como equipo estaba condenada
la cosa, no se nos caía una idea, y justo cuando la resolución maula de ese
destino inmisericorde, parecía apropiarse del pueblo Argentino. Dios, al ver
grandes y chicos fabricar océanos con lágrimas, se apiadó, iluminó la zurda de
un pibe que ya era mágico, la convirtió en la extensión patagónica, en la
llanura pampeana, en la brisa rosarina que se impuso en un Ecuador amenazante,
para quebrar voluntades y redes.
Y el pibe, como un profeta
inmenso de la belleza, nos abría la puerta y nos invitaba a bailar con la más
linda, con ella, la que parecía decirnos, "no, vos no”, ahora nos tomaba
la mano en el milagro de una nueva oportunidad.
No, no era un sueño, era Messi,
el sucesor, el rey, profeta, el hacedor, el que borraba las lágrimas y las
volvía a provocar, pero esta vez eran cristales de sal que se evaporaban en la
alegría.
¿Y quiénes éramos nosotros?
¡No! Hablar en pasado constituiría el mayor de los errores cuando el presente
es auspicioso, no éramos, somos y seremos, el pueblo futbolero que lo ama.
Por
Ignacio Nuñez Avendaño