El Fútbol, además de ser la
mayor pasión popular argentina, es un eficaz transmisor de mitos que
trascienden las etapas históricas y permanecen grabadas en el imaginario
colectivo durante décadas.
A raíz de la harta conocida
dificultad que se le presenta al seleccionado nacional para acceder al próximo
mundial de Rusia han surgido menciones que vinculan a este presente con la
ausencia caudillesca de Julio Grondona.
Son cuantiosas las expresiones y publicaciones que lamentan que la muerte haya
desprovisto a nuestro fútbol de la protección mafiosa que supuestamente nos
mantenía indemnes e impunes, y que nos colocaba en una posición de privilegio
ante el resto del planeta.
Este intento de exaltación
olvida o desconoce ciertas cuestiones que hicieron que el eterno transitar de
Grondona como líder máximo de la AFA pueda ser calificado como nefasto. Quizás
a muchos no les importa que se haya utilizado el fútbol argentino para efectuar
negociados de la peor calaña, que se haya alimentado el flagelo de la violencia
a través del sostenimiento de barras, que se inventen métodos de ahogamiento
financiero en contra de los clubes que se resistan a adoctrinarse, que se hayan
estafado a las instituciones con contratos ruinosos, si es que estas cosas
favorecen el éxito deportivo de la formación albiceleste.
Pero además, es totalmente
falaz el argumento que sitúa a la intervención de Grondona en las máximas
esferas de la FIFA como productiva, fue con Don Julio situado en la cumbre del
poder cuando Codesal inventó un penal ridículo en la final de Italia 90; fue él
cómplice y partícipe del triste episodio de Maradona y su doping positivo con
una enfermera retirándolo del brazo en Estados Unidos 94; fue el propiciador de
las idas de entrenadores probos y honestos como Bielsa y Sabella, quienes
decidieron dar un paso al costado antes que renunciar a determinadas
convicciones éticas. Este supuesto todopoderoso permitía que siendo Argentina
visitante juegue en condiciones climáticas infrahumanas, como lo que ocurrió
por ejemplo en el año 1996, cuando fue convidado ante un Ecuador que lo recibió
en horas del mediodía de aquel caluroso y asfixiante clima del junio quiteño,
lo que desencadenó que el entonces entrenador, Daniel Passarella, inmortalice
su más célebre y recordada frase: “la pelota no dobla”.
El paupérrimo desempeño del
conjunto capitaneado por Lionel Messi logró que deba dirimir la clasificación
para la máxima cita mundialista en un reducto que tradicionalmente le ha sido
esquivo. Los 2850 metros sobre el nivel del mar de la capital ecuatoriana no
solo genera complicaciones desde el aspecto físico, sino que la escasez de
rozamiento de masa de aire hace que el balón tome efectos muy disímiles a cuando son enviados desde media distancia en
terrenos llanos.
Dentro de este arriesgado
escenario, el combinado nacional deberá compulsar por una de las últimas plazas
con la exigencia casi indelegable de ganar. Sería erróneo tratar de buscar un
único culpable o cargar responsabilidades al otorgamiento de puntos a algunos
equipos por la mala inclusión de un jugador boliviano; a esta situación se
llegó luego de un sinfín de desaciertos y decisiones inentendibles que vienen
siendo tomadas desde hace más de una década, y que comenzó con la destrucción
de las estructuras juveniles, situación que produjo que, de ser campeones o
animadores permanentes, los equipos formativos pasaron a ni siquiera clasificar
a los mundiales sub 20; de tener comportamientos ejemplares pasaron a ostentar
conductas bochornosas y vergonzantes.
Luego del fracaso en la Copa
América jugada en nuestro país en 2011, se abandonó aquella vieja tradición de
respetar los ciclos y procesos de los entrenadores nacionales. En aquella
ocasión Sergio Batista –quien arribó a tan ambicionado cargo sin méritos
visibles- fue la primera víctima del descuido de una metodología que
significaba un ejemplo ante el resto del mundo futbolero. Se acertó en la
elección de un Alejandro Sabella que hizo un excelente trabajo, pero después
del subcampeonato mundial conseguido todo volvió a su indefectible curva
descendente.
Gerardo Martino se
constituyó en el deseo final del pope eterno, su nombramiento coincidió con una
etapa de desorganización absoluta y, a pesar de con algunos altibajos logró
imprimir un estilo de juego bien definido, tuvo que abandonar el cargo por la
emboscada que le jugaron dirigentes cómplices de un débil poder central,
quienes bastardearon sus posibilidades de permanencia al negarle los
futbolistas necesarios para afrontar los Juegos de Río 2016.
Edgardo Bauza fue la apuesta
unilateral del inoperante “normalizador” impuesto por la Casa Rosada Armando
Pérez, un empresario que no solamente fue incapaz de subsanar cuestiones
urgentes, sino que profundizó la crisis a través de decisiones incompresibles
como la designación a cargo de las categorías juveniles al único postulante que
no había presentado un proyecto de trabajo. El efímero ciclo del “Patón” obtuvo
determinados resultados positivos dentro de una eliminatoria que ya había
tomado avanzada y complicada, sin embargo el bajo nivel futbolístico y la
insistente presión mediática desencadenaron su abrupta salida, la que fue
rubricada por el flamante presidente Claudio Tapia.
Jorge Sampaoli fue llamado
de urgencia para que rescinda su vínculo contractual con Sevilla y se haga
cargo de un duro y complicado momento. Si bien contaba con antecedentes
lustrosos como el de la gran Universidad de Chile, campeona de la Copa
Sudamericana de 2011 y el del título sudamericano conseguido con la selección
trasandina en 2015, lo cierto e innegable es que carecía de pergaminos válidos
en el fútbol argentino que justificaran tal designación. El trío de encuentros
oficiales disputados, con dos empates inesperados, estuvo envuelto de
garrafales errores producto de caprichos de excesivo protagonismo y ansias de
mostrarse como revolucionario dentro de un trance en el que quizás era
conveniente ser cauteloso debido al escaso tiempo de trabajo disponible.
Nada es casualidad, las
consecuencias de los permanentes desmanejos tarde o temprano se terminan
pagando. No se puede ser exitoso dentro de organizaciones permanentemente
acéfalas, con cambios radicales de procesos encabezados por responsables de
ideologías diametralmente opuestas, es imposible la continuidad auspiciosa con
tres entrenadores distintos en tan solo un año, no se puede obtener una
clasificación tranquila cuando se cae como local ante Ecuador y Paraguay,
cuando no se puede derrotar en ninguno de los cotejos a Venezuela y Perú y
cuando no queda clara una propuesta clara de juego.
Los grandes logros
futbolísticos a nivel mundial siempre se dieron después de estrepitosos
fracasos, quizás no venga mal un contundente sopapo que dé lugar a una
transformación efectiva; más allá de eso, ojalá que nuestro representativo
nacional obtenga la clasificación y que la necesaria cirugía mayor que se debe
hacer se haga con anestesia.
RICARDO
BORTOLOZZI