Los argentinos constituimos una raza particular, peculiar respecto a las del resto de los mortales. Nuestro apasionamiento por el debate y las discusiones sobre las diversas temáticas que nos abocan nos llevan en reiteradas ocasiones a intercambiar opiniones en forma álgida y acalorada, desencadenando a menudo  vociferaciones en tonos elevados, exabruptos y exposición de viejos rencores solapados que aparecen expuestos, propiciando  rupturas relacionales y hasta divisiones familiares.

Damos a conocer al mundo nuestros pareceres de todos los temas que cobran candencia en la consideración general, vertimos los propios puntos de vistas, aún en aquellas cuestiones que desconocemos o carecemos de profundidad intelectual, porque somos argentinos y estamos fielmente convencidos de que es preferible quedar como bocones antes que como ignorantes.

No nos conformamos con ser frustrados entrenadores y estar seguros de que nuestro conocimiento futbolero supera al del entrenador nacional de turno, somos especialistas en una charlatanería y verborragia que nos empuja a opinar con la misma supuesta autoridad que un erudito sobre política, economía, criminalística y artes de seducción.

Una de las cuestiones que ha cobrado especial relevancia y que ocupó espaciosos ámbitos de debates en medios gráficos y audiovisuales es el de la realidad educativa y su relación con las coyunturas contemporáneas. Dentro de la variada gama de criterios existen diversas vertientes que observan a la problemática desde diferentes ópticas: algunas más rígidas y tradicionalistas, otras ambiguas y contradictorias, y las manifestantes de un cierto progresismo muchas veces utópico.

No son pocas las voces que en la actualidad expresan su desagrado respecto al rol de las estructuras educativas vigentes, es común oír a menudo versiones que indican un detrimento considerable de lo que un niño o adolescente aprendía en el pasado y los logros cognitivos que adquiere hoy en día, como si el ser humano fuese una mera caja de resonancia cuyo propósito deba ser el de almacenar información de manera acrítica y rutinaria.

Si bien la escuela tradicional se caracterizaba por ser excluyente, discriminatoria y anacrónica en relación a las exigencias actuales, hoy en día resulta inocultable una realidad que ostenta una pauperización alarmante en la calidad de un proceso de enseñanza- aprendizaje que naufraga en las turbias aguas de la mediocridad y que pareciera estar siguiendo el sendero de una pronunciada curva descendente.

Un mal que es general de la condición humana pero que se expresa con mayor énfasis por estas  pampas es el de los banquinazos sin términos medios, el de pasar de un extremo a otro abruptamente. De la exigencia extrema y sin contemplaciones saltamos a la desidia y la permisividad exagerada, de la formación de enciclopedia a otra igualmente estéril, pero con el agravante de ser peligrosamente vacía de contenidos y conceptos mínimos.

Ejércitos de psicopedagogos y especialistas formados en las más prestigiosas universidades han invadido el mundo de la educación con el afán de imponer nuevas corrientes que hacen especial hincapié en los vicios insalvables inherentes a las viejas prácticas educativas, que colocaban a los estudiantes como simples receptores de saberes y a los docentes como protagonistas excluyentes de un proceso carente de valores democráticos de participación. No obstante a esto se plantea una enorme confusión y división de criterios debido a que se focalizan magistralmente los problemas, pero en cuantiosos casos las soluciones propuestas resultan impracticables para determinadas realidades escolares.

Quienes toman las principales decisiones respecto a las políticas educativas a implementar lo hacen desde la comodidad de oficinas con aire acondicionado, ubicadas cómoda y estratégicamente en sitios aislados de los reductos receptores de tales disposiciones. Los máximos referentes, y sus tropas conformadas por especialistas teóricos, están desprovistos del conocimiento que indelegablemente se consigue en el tránsito de una realidad que muchas veces suele ser más hostil que la imaginada por asesores de zapatos impecablemente lustrados.

Resulta innegable la preparación precaria con la que un niño salta de la educación primaria a la media. Los sistemas de promoción directa que aseguran que actualmente se encuentre vedada tácitamente la repitencia dentro de la más importante etapa de la educación formal provoca que se bajen los niveles de exigencia a punto tal de que un ingresante a la escuela secundaria carezca de los más mínimos, básicos y fundamentales conocimientos previos, vitales para la construcción de los nuevos y necesarios saberes que le permitan afrontar un determinado tipo de futuro.

Se torna insoslayable resaltar que la imposición de recetas mágicas para problemáticas complejas, impuestas por psicopedagogos importadores de conceptos e ideas rotundamente fracasadas en otras latitudes, coincide con el inicio de la decadencia educativa. Se decidió atacar a la vetusta realidad escolar con ráfagas de preceptos que no han hecho otra cosa que dinamitar cuestiones que son elementales y que sirven como cimiento para la construcción de novedosas e imprescindibles competencias.

Podemos ponernos todos de acuerdo en que no debemos priorizar a la simple memorización de información como valor supremo en la calificación estudiantil, pero tampoco debe ser saludable ir al extremo contrario, ya que la retención de datos constituye la piedra fundamental para conseguir el tan mentado y anhelado pensamiento crítico en el que se embanderan –con cierto grado de hipocresía muchos- los representantes de las nuevas corrientes.

Mientras las vitrinas de trofeos muestran con lustre logros vinculados a la inclusión, mayorías de niños, jóvenes y adolescentes escolarizados ostentan profundas dificultades de comprensión lectora, lo que les impide una concreta emancipación intelectual e ideológica. Se confunde a la inclusión con la contención, el único propósito que persiguen los diferentes gobiernos es el de mostrar estadísticas que indiquen disminución en la deserción escolar, aunque la supuesta mejora consista simplemente en un amontonamiento sin calidad y se califique como “exitosa” a la realidad de una escuela primaria que sostiene en gran proporción sus matrículas.

En Santa Fe, el Ministerio de Educación impuso para su pronta implementación el programa “Secundario Completo”, una propuesta indelegable que plantea ejes de acción para desarrollar procesos de enseñanzas, evaluación y acreditación de manera articulada.

En el mismo se proclama a la formación como a un trayecto que debe ser acompañado con novedosas estrategias que los docentes deben plantear persiguiendo el único objetivo de la terminalidad. Se sugiere atacar un flagelo muy presente como es el del ausentismo con flexibilidades, sin distinguir a quienes asisten irregularmente por cuestiones de salud, geográficas o laborales con los que deciden aprovechar la coyuntura para ausentarse voluntariamente ante la inacción de padres y/o responsables legales. Se pone en la misma situación de criticidad a los estudiantes con naturales dificultades cognitivas con quienes reconocen al momento actual como propiciador de premios al mínimo esfuerzo, lo que estimula a niños sin limitaciones visibles a caer en el concepto de que de nada sirve el esmero y el sacrificio diario.

El abordaje emanado verticalmente expresa abiertamente la acreditación automática de espacios como Seminario de Ciencias Sociales, Taller de Economía y Administración y Laboratorio de Ciencias Naturales. Es decir que, si un alumno se niega férreamente a acceder a las novedosas y flexibles propuestas de un voluntarioso docente, igualmente aprobará dichas asignaturas. El documento además sugiere la paulatina erradicación de mesas de exámenes, las que en un futuro cercano serán reemplazadas por el seguimiento de trayectos que, de cumplirse mínimamente, deberán ser aprobados por más que reluzcan profundas falencias de contenidos básicos y necesarios.

Se insta a renovar las estrategias evaluativas, algo que es necesario, pero al unísono se pretende la pronta eliminación de las tradicionales pruebas escritas que son irremplazables referencias para determinados espacios.

Por último hace hincapié en la “terminalidad”, es decir lograr que quienes transitan la secundaria obtengan su título sin reparar en el detalle de una efectiva capacitación que permita a los egresados desenvolverse en el competitivo mundo laboral o en los estudios superiores.

La inclusión con calidad debe ser un objetivo común, pero es muy difícil pensar que se conseguirán tales metas recurriendo a las mismas metodologías que atentaron contra el prestigio de una educación primaria que cuenta con un denodado esfuerzo profesional de sus actores, quienes se sienten acorralados por exigencias permanentes de un sistema que pretende el disciplinamiento de una sociedad a través del embrutecimiento de las mayorías populares.

RICARDO BORTOLOZZI