Me reconozco un fanático del fútbol, en el máximo sentido deportivo
posible. Así crecí, siendo un fanático de un deporte más que de un cuadro. Me
gusta el fútbol en su esencia más pura, disfruto de verlo jugar y me gusta que
se juegue bien. Cuando miro la tele, y veo la grilla de canales de deportes, la
mayoría de ellos con sus programaciones plagadas de fútbol, y estos programas,
la mayoría hablando de cualquier cosa menos del juego en sí, me recuerda a
Hernán Casciari: “Ahora mismo,
en este tiempo, a todo el mundo parece interesarle más la burocracia del
deporte, sus leyes. Después de un partido importante, se habla una semana
entera de legislación.”. En estos casos, intento buscar otra oferta y
cuando no encuentro algo que satisfaga mis expectativas, aguanto el suplicio e
intentó observar desde una mirada crítica, aunque en esta oportunidad no fue
así. Encontré en uno de estos programas un rostro familiar para mí, pero ajeno
al fútbol, a la burocracia y al circo. Era Sergio Santos Hernández, entrenador
de la selección argentina de básquet. Se estila, en este tipo de puestas en
escena, contrastar un líder de X deporte con el futbol, para intentar desnudar
las falencias obvias que tiene el discurso futbolero promedio y la
contaminación de un deporte que no se puede comparar con otros -por el fenómeno
social que representa-. Como sea, lo único que se termina desnudando es la
doble moral de quienes llevan adelante esas puestas en escena, ya que manejan
un discurso cuando van este tipo de invitados y otro el resto de los días.
Hernández es un rostro importante para el deporte argentino, ya que formó parte
de un proceso que educó desde los valores deportivos y hacía la vida, como lo
fue la generación dorada. El público de la generación dorada, que es argentino
al igual que el del fútbol, dejaba la crítica y el resultado de lado en cada
función de los dorados. La pasión de esos hombres al jugar con el alma dominaba
la escena y eclipsaba cualquier otra cosa, aún en el reino del exitismo. Hay
una diferencia sustancial entre el planeta fútbol y el planeta básquet dentro
de nuestro país. Diferencia que se podría resumir de manera icónica en sus
máximos representantes: Maradona y Ginóbili.
Maradona superó enormes adversidades y logró llegar a la cima,
cumpliendo un sueño que parecía utópico. Demostró que su contexto no lo
determinó, o al menos eso pareció en algún momento, cuando todavía era
futbolista. La representación de los argentinos en Maradona es muy fuerte, por
todo lo mencionado. La crítica lo enalteció al punto de compararlo con dios
muchas veces. El ego un síntoma, el planeta fútbol está enfermo de soberbia. Y lo vapuleó otras tantas, como dijo Cordera:
“con la misma facilidad”.
Ginóbili no representa tanto a los argentinos, es lógico, desde el
deporte la comparación no es pareja. Pero Manu ha sido el máximo eslabón de una
cadena que consiguió muchísimas cosas, como lo fue la generación dorada. Educar
en los valores del deporte amateur, fomentar el interés por el básquet en un
país completamente futbolero, darle entidad a los procesos aunque –de vez en
cuando- los resultados no sean los mejores. El exitismo de lado, como así
también la soberbia de un grupo que dejó egos personales a un costado en post
de objetivos en conjunto. Objetivos que terminaron siendo más grandes de lo que
cualquiera de ellos alguna vez haya imaginado. A Ginóbili le dicen Manu, no se
lo compara con dios. Aunque “Emanuel” signifique “Dios está con nosotros”. El
planeta básquet deja el ego de lado.
La presencia de Hernández en ese programa me invitó a quedarme en
sintonía, y cuando empujaron a esa aventura descomunal que significa de
reflexionar sobre Ginóbili evitando el cliché, el respondió con giro
gramatical: “Para mí, Manu dejó de ser un sustantivo para ser un adjetivo.” -Haciendo
alusión a la perfección-. Al escuchar esta original respuesta del último
entrenador de Manu con a número 5, me hizo ruido a algo que había leído alguna
vez pero no sabía bien que era. Tardé unos minutos en rastrear esa
reminiscencia hasta poder cristalizar el recuerdo. Hace varios años, leyendo en
un libro titulado “Más que un Juego”, que compilaba notas de Juan Pablo Varsky
para el periódico La Nación, me encontré con un titular imponente: “Aun no
tenemos noción de lo que éste tipo ha logrado…”. El escrito hablaba de Manu
Ginóbili, y comenzaba con el desafío que significaba, ya en aquel entonces,
escribir algo sobre Ginóbili que conserve cierta originalidad. Entonces me puse
a pensar lo increíble de que aquel titular y primeras líneas escritas por
Varsky el 18 de Junio de 2007 conserven vigencia, y más increíble aún, que la
puedan seguir conservando en el futuro.
“Viejo es el viento y sigue soplando” reza un dicho popular. Cuatro
presidentes, tres papas, y el auge de la globalización simbolizada en redes
sociales como facebook y twitter, todo esto ha pasado desde que Manu debutó en
el Hollywood del básquet, enfrentando a Los Lakers en el Staples Centre de Los
Angeles. Con 25 años en aquel entonces, hoy en el abismo que para algunos
significan los 40 años, Ginóbili ha asegurado su permanencia en la NBA por
menos un año más. No parece ser casual que Atenas haya sido su tierra
prometida, es que Ginóbili parece salido de la mitología griega, aliado con
Cronos, el tiempo no es un enemigo para él. Con 39 años fue el jugador clave
dentro del roster de los Spurs ante las sorpresivas ausencias de sus jugadores
estrellas en instancias definitorias. Ginóbili es una estrella devenida en
actor de reparto, siempre listo para brillar rutilante cuando se lo necesite.
San Antoni
o Spurs es un universo que parece salido de la ficción, y las características
de Manu concuerdan con épica de un mito viviente más que con las de un
deportista.
Si intentásemos comparar a los sujetos del entramado en cuestión, el
universo narrativo puede ser una buena alternativa. La franquicia texana es la
realidad donde se reúnen algunos de los personajes más conocidos del género
narrativo.
Tonny Parker, llegado muy joven a la NBA,
oriundo del Raing de París, llegó a la liga más espectacular del mundo
persiguiendo un sueño. Así como D’artagnan fue de Gascuña a París para
cumplir el sueño de ser un mosquetero.
Kawhi Leonard es un superpoderoso en la alineación
de los Spurs, haciéndose valer en el costado defensivo en tiempos de Tim
Duncan, y tomando el comando en ofensiva ante la ausencia de la leyenda de
Islas Virgenes. Elegido en la decimoquinta posición del draft por Indiana
Pacers y posteriormente traspasado a San Antonio, Leonard no era considerado un
futuro jugador imprescindible como en el que se ha convertido. Su explosión le
cayó a los Spurs tan sorpresiva como un rayo que no se sabe donde caerá,
oportunamente en lo que era el epílogo de Duncan. Hoy es un todo poderoso en
ambos costados del campo. Es a los Spurs lo que Zeus al Olimpo y la humanidad.
Danny Green, es un acérrimo tirador de tres puntos
con una puntería sublime a la altura de personajes como el encapuchado de
Sherwood. Y si nos trasladamos a las viñetas, su apellido parece darnos un
guiño hacia otro acérrimo tirador de aro y flecha inspirado en Robin Hood.
También dentro de las viñetas y en el mismo
universo de Green Arrow, nos topamos con una fuente capaz de perpetuar en el
tiempo la juventud de quien se bañe en ella, Manu Ginóbili parece tener acceso
frecuente la fuente de Lázaro. En cada partido importante que el 20 de los
Spurs juega, parece no sufrir el paso de los años, es como si algo mágico lo
hiciera trasladarse a sus años más jóvenes, en momentos claves, cuando Popp lo
necesita. O más aun, es como si Manu se nutriera de un elixir extraño que lo
hiciera mejorar con el paso de los años, en lugar de que su curva de rendimiento
descienda como es lo lógico en deportistas veteranos. Alguna vez, hace muchos
años, Ginóbili fue impulsado a ordenar tres razones por las cuales jugaba al
básquet, según la importancia para él mismo. Manu dijo que jugaba en 3er lugar
por el dinero, en 2do lugar por la gloria, y en 1er lugar por el placer.
Supo coronarse en muchas oportunidades, cada uno de
sus éxitos trajo aparejado una mejora en su situación profesional y económica.
Supo ser campeón en la Euroliga, en la NBA, y en Grecia con el oro Olímpico en
el 2004. Hemos de volver a viajar hasta la cuna del saber para intentar
explicar, mediante la filosofía, su secreto. Manu Ginóbili es la
materialización del hedonismo más puro. Juega por placer, es lo único que lo
mantiene con vida en esta selva. Habiendo cumplido sus objetivos económicos y
deportivos, pone sus energías en lo que le da placer y es este mismo placer lo
que lo hace renacer en la vigencia y plenitud cual ave fénix. Ni el mismo
Epicuro podría haber imaginado algo así al formular su teoría que hace del
placer, el fundamento de la vida. Aquí radica la plenitud de Manu, no en la
juventud, sino en la experiencia. Se mantiene pleno nutriéndose del placer que
le genera hacer lo que lo hace. Su receta se convierte en un círculo virtuoso
perfecto y no da pistas de fechas de vencimientos.
Quizás podamos encontrar un retrato de Manu besando
la medalla de oro en Atenas o besando el anillo del campeón de 2003. Por las
dudas, si alguien lo encuentra procure esconderlo bien, que Manu no lo vea por
mucho tiempo, si es posible que no lo vea nunca. Y al perpetuarse él mediante
su placer, nos perpetuaremos nosotros, los espectadores, por el placer que nos
genera simplemente verlo jugar.
La etimología nos da un guiño de lo que representa
Emanuel Ginóbili, ojalá Dios esté con nosotros mucho tiempo más…
Alejo Román Paris – Paraná – Entre Ríos