47 años pasaron desde 1970,
fecha en que se proclamó el día, cuyo fin apuntaba a una relación más
respetuosa y menos agresiva con el entorno. Muchos años para la vida de un
hombre, muy pocos para la de la Tierra.
Eran épocas de utopías y
luchas por un mundo mejor, en que se decía no a la guerra y las ideas
libertarias florecían en el ocaso del hipismo.
El ambientalismo, estaban en
sus albores y eran actividades reservadas para unos pocos entendidos o
iniciados. No obstante algunos sectores sociales minoritarios empezaban a
intuir que algo no estaba funcionando del todo bien en esa relación
controversial entre Sociedad-Naturaleza.
Algunos indicios preocupantes sobre los
problemas que se avecinaban, se plasmarían en el libro “Los Límites del
crecimiento” de 1972, que anticipaban tendencias negativas sobre el futuro
inmediato y que habrían interrogantes sobre la viabilidad del crecimiento
permanente, anunciando una crisis de proporciones.
En él, se planteaba que de
seguir la política de acumulación de capital en pocas manos, el desequilibrio
entre la tasa de natalidad en aumento y la de mortalidad en descenso, el
consumo irracional de recursos y el despilfarro energético, el colapso total,
sería una hipótesis cierta y previsible, en un tiempo no tan lejano.
Muchos de esos pronósticos,
hoy se confirman, a la luz de los descalabros sociales y ambientales que en el
mundo se producen, en la cual la desigualdad y el cambio climático aportan su
cuota al agravamiento del problema.
Casi 1/3 de la humanidad no
tiene lo necesario para su subsistencia, el agua escasea o está contaminada,
las catástrofes y fenómenos extremos se han hecho recurrentes, no obstante, un
sector minoritario, menos de un 20 % privilegiado, tiene todos los botes
salvavidas y sigue bailando en la cubierta del Titanic, la danza del
despilfarro del patrimonio común, en una
fiesta interminable, que terminaremos pagando todos.
Todas las exhortaciones y
apelaciones a favor de un cambio de paradigma, que posibilite seguir siendo
vivos, equivalen a predicar en el desierto y la única aspiración “trascendente”
de muchos es el consumo ilimitado e irracional.
Disimulado por el maquillaje
verde, con la complicidad de funcionarios y ONGs, creadas por y para el
mercado, las grandes multinacionales que conducen este tsunami, hablan de
responsabilidad social empresaria, consumo verde, autos ecológicos,
biocombustibles, desarrollo sustentable, revolución verde, etc., mientras
llenan sus faltriqueras a costa del futuro común y las carencias de millones.
Decía Galeano “no todo es
verde lo que se pinta de verde”.
Como agujeros negros
devoradores de energía y los ahorros de muchos, las catedrales del mercado
(shopping) y sus hijos bastardos, los casinos, florecen como hongos después de
la lluvia, para alegría de chicos y grandes, ofreciendo, a los incautos que
creen distenderse en esos lugares, hasta que les llega el resumen de cuentas de
sus tarjetas de créditos, iluminación, aire y seguridad artificial, que
terminan pagando con su libra de carne.
Los funcionarios, por su
parte celebran estos síntomas de “crecimiento” y “desarrollo”, confundiendo
gordura con hinchazón, mientras la violencia y la miseria cotidiana, les
estalla en la cara.
Los que teníamos confianza
ciega en que a través de la prédica, educación, y participación social se podía
revertir la tendencia suicida, que nos pone al borde de una catástrofe de
proyecciones impredecibles e imprevisibles, hoy no estamos tan seguros.
Por desgracia el paradigma
consumista y el modelo comunicacional de aturdimiento social globalizado, han
calado hondo y es poco probable que en lo inmediato viren hacia una relación
más sana y armónica con el ambiente.
La creencia en que la
ciencia es infalible y que todo lo remedia, alimentan el sueño del crecimiento
sin límites, cuyas huellas casi imposibles de borrar, están acortando
inexorablemente la salvaguarda del Planeta.
Mientras tanto millones de
muertos, heridos, desplazados, exilados, enfermos, olvidados, silenciados y
marginados, son testigos que integran la nómina de los que no tienen cabida en
la “Gran Comilona” del poder mundial.
Ellos sobran, son
descartables, están de más, no han alcanzado el mínimo indispensable para
acceder a la categoría de consumidores y por tanto no son considerados ni
tenidos en cuenta por los parámetros de un mundo pragmático, utilitarista y
productivista.
Sin más, espero que este 22 de Abril piense en nuestra
Pachamama.
Ricardo Luis
Mascheroni – Santa Fe