Hace
más de dos años charlaba con un intendente del norte santafesino al preguntarle
por qué no estaba su nombre en el cartel que anunciaba una obra importante para
un vecindario populoso de su ciudad. Me miró y al responderme solo remitió a
una frase: “Puede caer mal a la gente”. A lo que le pregunté si tenía vergüenza
de ser político. Me respondió con un enfático ¡Noooo!
Hubo
argumentos de un lado y del otro, mientas las gente se retiraba el acto, previo
saludos entre ellos y las respuestas donde se recogían semblanzas de
agradecimiento y fortalecimiento de un proyecto político que ellos habían
votado. La pregunta surge recurrente: ¿Por qué no se puede poner el nombre del
intendente que encabeza un proyecto político que escucha a la gente, brinda
respuestas y prioriza clamores de su vecindario?
Aunque
resulte una pregunta cuasi frívola o poco trascendente, en verdad resolver esto
está muy lejos de ser frívolo y sin importancia. La cadena nacional de TN,
Canal 13, Clarín y la Nación -además de América- desde ayer están escrachando a
intendentes del gran Buenos Aires por haber ploteado patrulleros y ambulancias
en los que aparecen sus nombres acompañando las identidades de los móviles.
En
un país donde la desocupación creció de manera exponencial, donde existen 7 mil
empresas pymes cerradas, más de 30.000 comercios desaparecidos, quita de
remedios a jubilados, pérdida del poder adquisitivo, embarazada amplitud de la
brecha entre quienes más y menos ganan contrastan con las horas utilizada por
estos medios proponiendo un debate aleccionador escrachando intendentes por
esta razón. El tema resulta hasta cuasi cómico o trágico. No pretendo
ensimismar la amplificación de un problema mayor conforme para solo justificar
uno menor, en realidad, ambos son preocupantes.
Un
sector de la sociedad que se lleva muy mal con la democracia -es decir- con los
representantes populares, la tolerancia y el control de las masas por sobre la
impunidad prepotente aristocrática, desde siglos tiene un serio problema con la
aceptación de liderazgos políticos, con proyectos populares, y en especial, con
todo lo referentes a organizaciones nacionales que aprendieron a defenderse de
sus atropellos, a defender sus empoderamientos y que ofician como fuerte
resistencia antes sus dominantes embates, jactancia codiciosa e insaciable e
inhumana voracidad.
Revisen
la historia y notarán que a las calles y edificios públicos se los bautiza con nombre
de personalidades irrepresentativas y disociadas de los actuales debates, en
especial, referidas al conflicto social clásico; Los próceres de los que a
menudo toman prestados sus nombres NO tienen ligazón con luchas actuales. La
razón es que temen a liderazgos y movilidades cuya dinámica atente contra sus
intereses y privilegios.
A
diferencia de proyectos populares, los nombres que pueblan sobre lugares y
edificios públicos siempre se riñen con la paz de los cementerios y los
consensos empalagosos del silencio. Se proponen nombre de luchadores actuales
donde se sopesan sus virtudes, errores, defectos y frases pocos felices. Ejemplo:
Ruta 32 Villa Ana-Villa Ocampo: Rafael Yaccuzzi. Barrio populoso de
Reconquista: Taca Alderete. Edifico recuperado del correo argentino: Néstor
Kirchner. Varias escuelas del interior fueron bautizadas con el nombre de Pocho
Lepratti, Fuentes Alba y otros, nombres que representan luchas contemporáneas y
sirven de inspiración al empoderamiento de los pueblos. Estas prácticas están
contra indicadas por referentes de la derecha conservadora o en su defecto,
gobiernos con un acentuado sesgo dictatorial y/o ascendencia intolerante.
Que
una patrulla ronde las calles cuya decisión es una prioridad que encabeza un
proyecto político que tiene referentes de carne y hueso, sumado a que están
expuestos a críticas permanentes, la mayoría irrazonable y hasta mal
intencionada, suman para la derecha macristas y los operadores de burdas
operetas de los medios, otro motivo para despolitizar a la sociedad, empujar al
rechazo popular a sus referentes arengando al desagrado respecto de cada cosa
que la política y un proyecto político brinde a su comunidad como respuesta
esperada.
La
vieja idea radica, y no por vieja resulta ineficiente e ineficaz, que la
despolitización y el alejamiento de los pueblos a sus referentes inmediatos
resulte inexorable, entre ellos, una grieta insanjable: el que “se vayan todos”
pronunciado en la boca de millones en el año 2001/02, además de permitir que un
gobierno se retire con muertos y 70 mil millones desaparecidos de los bancos
(Corralito) fue aplaudido en la intimidad de la aristocracia argentina por mucho tiempo.
El
gobierno macrista y los medios de comunicación han reemplazado el debate político
por denuncias de corrupción. Se aplaude la represión en las calles y la
judicialización del reclamo. La estigmatización es moneda corriente y la forma
en cómo identificar y neutralizar un debate consiste simplemente en identificar
preferencias políticas para desacreditar un argumento. Nada de estos es la resultante
de torpezas, ni malos entendidos, ni odios irracionales; todo es fruto de
décadas, siglos y formas en como la aristocracia aprendió a defender sus
privilegios que ve especialmente amenazada al tiempo que las masas populares se
organizan para recuperar sus derechos e empoderamientos.
Huber Cracogna.